Como el arte tiene la magia de atrapar para la eternidad el gesto/impronta del creador, bastaría solo mencionar tres obras de la escultora cubana Jilma Madera (Pinar del Río, 1915- La Habana, 2000) para remitirnos a esas huellas artísticas que existen para inmortalizarla: el Cristo de La Habana; el monumento a José Martí, nuestro Héroe Nacional, en la cima del Pico Turquino (la máxima elevación cubana situada en el municipio Guamá, Santiago de Cuba, en el oriente del país); y la que construyó en el frontis del edificio de la Fragua Martiana (un libro abierto, una llama y del humo saliendo una estrella de cinco puntas), en la capital habanera.
Jilma -que en lengua oriental significa Flor de los campos- comenzó a estudiar, en 1942, en la Academia Nacional de San Alejandro, y, más tarde en The Art Student League (Nueva York, Estados Unidos). En San Alejandro tuvo como profesores a los mejores escultores de la época incluyendo, entre ellos, a Juan José Sicre, el escultor del José Martí de la Plaza de la Revolución (Plaza Cívica, antes de la Revolución). Desde muy temprana edad, ella fue una martiana. De ahí que cuando concluyó sus estudios en el Seminario Martiano de la Universidad de La Habana talló una de sus más reconocidas piezas: el busto de José Martí. Precisamente una réplica de esta obra, en el año del Centenario del natalicio de José Martí (1953), como el gobierno de Batista no hacía nada para recordarlo, Jilma propuso llevarla al Pico Turquino (1974 metros sobre el nivel del mar), siguiendo el ejemplo venezolano de situar un busto del Libertador Simón Bolívar en los Andes. Los materiales y el traslado de la obra hacia la alta cima, se sufragaron con la venta de unas piezas del Héroe Nacional esculpidas por Jilma.
EL CRISTO DE LA HABANA
Otra de sus huellas importantes es el Cristo de La Habana, realizada a partir de un concurso que en 1958 se convocó en Cuba, y Jilma lo ganó. Así, resultó la primera mujer en hacer una pieza de tal magnitud: 23 metros de altura (3 en la base), con un peso total de 320 toneladas. Está realizado en mármol blanco de Carrara (Italia) –donde lo esculpió-, integrado por 67 piezas que conforman el cuerpo íntegro, y que fueron trasladadas en barco, desde el Viejo Continente acá. Fue inaugurado el 25 de diciembre de 1958, y emplazado en una colina, de considerable altura, situada a la izquierda de la entrada de la bahía de La Habana. Como explicara Jilma Madera en diversas entrevistas, el Cristo es de rasgos mestizos, “con una expresión en su mirada diferente a la que nos tiene acostumbrada la religión”. Ella lo concibió como un líder que se anticipó a su época. Es un Cristo grande y fuerte, en el pecho se pueden observar perfectamente los pectorales, tiene la cara dulce y labios gruesos, y la cuenca de sus ojos están vacías, porque según la creadora “no se ven de lejos”. Como artista se apartó de la imagen a que estábamos acostumbrados a ver, “por eso quise darle austeridad, amor y, esa fuerza que lo colocaron al lado de los pobres de la tierra, como dijera Martí”, expresó en una ocasión la artista.
Luego de muchos años sin exhibir su obra, en ocasión de su 80 cumpleaños inauguró la muestra Amor y talento, en una galería de la Villa Panamericana, al este de la capital, integrada por piezas de pequeño formato en hierro, mármol, terracota…, realizadas en los años 70, pues desde esa época no trabajaba por problemas en la visión. Constituyó otro Premio para quien un día dejó los estudios de piano en el Conservatorio porque le molestaba –según confesó una vez- no ganar ningún galardón. Así entró a estudiar en la Academia San Alejandro, donde obtuvo no pocos lauros, y este inmenso de quedar para siempre entre nosotros. En otros países la destacada creadora dejó también huellas artísticas como el busto de Eugenio María de Hostos (San Juan, Puerto Rico) y el de Franklyn Delano Roosevelt (Washington, Estados Unidos).