En la finca Vigía, en San Francisco de Paula (kilómetro doce y medio de la carretera Central) yace una joya museística de La Habana, Cuba: la casa del famoso escritor, donde se guardan las huellas de su paso por la vida.
En la casa todo se detuvo y quedó en su lugar, como cuando el escritor la desandaba. Allí están sólo las marcas, el orden de los objetos y su ausencia, que, sin embargo, llena la hermosa finca Vigía, en San Francisco de Paula (kilómetro 12 y medio de la carretera Central), hoy Museo Hemingway.
La finca Vigía lleva bien su nombre. Desde allí, Ernest Hemingway divisaba de lejos La Habana, y más allá podía vigilar esa ancha franja azul que tanto motivara su creación. Una variada y tupida vegetación cubre las 9 hectáreas que se empinan en esa colina donde yace la casa blanca, construida en 1887 por el arquitecto catalán Miguel Pascual y que el escritor alquilara primero en 1939,y al año siguiente compraría para fijar su residencia.
Ese lugar fue testigo de la inspiración de Hemingway y «cuna» de obras tales como El viejo y el mar, Islas en el Golfo, A través del río y entre los árboles, París era una fiesta, además de que allí terminó Por quién doblan las campanas, primera novela que escribió en Cuba y que había comenzado durante su estancia en el hotel Ambos Mundos.
Con aires de renovación, la sencilla y amplia casa-museo está abierta al público. Cruzar el umbral de la finca es acercarse a Hemingway en su intimidad de artista y hombre, caminar por el lugar donde se refugió por más de 20 años que permaneció en esta Isla donde hizo célebres personajes y escenarios cubanos.
Bajo ese techo están reunidas las marcas de sus pasos por el mundo. Cerca de 9 mil libros tapizan estantes y libreros, muchos de ellos con autógrafos de incalculable valor. Rígidas cabezas de diversos animales (trofeos de sus safaris) cuelgan de las paredes que alternan con pinturas, cerámicas, carteles de corridas de toros. Hay también adornos, sus gafas, botellas de bebidas y objetos muy personales que están en el mismo lugar en que los dejó. Entre ellos sobresale su pequeña máquina portátil Royal, donde el Premio Nobel de Literatura (alcanzado en 1954), solía escribir, de pie, entre las 6:00 y las 12:00 de la mañana.
Junto a la casa está la torre que en 1947 mandó a construir su última esposa, Mary Welsh, para que pudiera trabajar con mayor tranquilidad. Vano intento, él prefirió seguir escribiendo en la casa, cerca del ruido y la vida. Más abajo está la piscina y detrás, lo que fuera la cancha de tenis, hoy, pabellón donde duerme su querido yate El Pilar, construido en 1934 con roble negro americano -al cual Hemingway contribuyó con su diseño. Fiel compañero de sus horas marinas. Todo allí reposa en su lugar, como el famoso escritor lo dejó al partir en su último viaje.