¿Pintura? ¿Grabado? ¿Cerámica? ¿Dibujo? ¿Escultura? Las fronteras artísticas de Alfredo Sosabravo (Sagua la Grande, 1930) se han roto con el tiempo. Su trabajo actual, en cualquiera de los medios que trabaja, incluido el vidrio (fantásticas piezas realizadas en Murano, Venecia), está en continua mutación. Podría considerarse un «híbrido» de experiencias creativas. Laberinto de múltiples aventuras sobre superficies y materiales que recrean una vasta obra personal, en donde resulta difícil discernir el principio del camino.
La historia del artista, quien alcanzó el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997, se recoge en diversas piezas que hablan del pasado y del presente, con huellas del paso de la vida. Hay torsos, máquinas, aves, animales extraños y exóticos extraídos de la selva creativa de su imaginación. Ahora reposan en silencio, con capas y capas de tiempo sobre las superficies.
Sosabravo desempolva los recuerdos que van quedando lejanos, y a veces cercanos, porque las miradas rozan por momentos el pasado construido en los trabajos para extraer motivos, formas que vuelven a vivir en su presente artístico. Son como olas que van y vienen…
El ceramista, pintor, dibujante, escultor…, cursó estudios, entre los años 1955 y 1957, en la Escuela Elemental de Artes Plásticas y Aplicadas, anexa a la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro, en La Habana. Alfredo Sosabravo, con esa manera de hacer tan personal donde los personajes y objetos parecen dialogar en otra dimensión, siempre ha estado pleno de vías de trabajo y rebosante de imaginación, permeando su creación con un conjunto de características latentes en cada labor. A saber: una síntesis de elementos llegados de la nueva figuración, el pop y hasta del arte popular: fusión de formas orgánicas con otras tomadas de mecanismos construidos por el hombre; espontaneidad, humor y frescura, así como un oficio y una invención inagotable. En su pintura, Sosabravo habla al espectador, y se comunica a través de frases construidas con letras multicolores que llegan en cascadas entre las formas ( flechas, líneas negras contorneando el dibujo) y que vienen de su etapa de dibujante y grabador. Todo ello siluetea su estilo, y aporta a la pintura cubana de la vanguardia actual, los símbolos, la policromía y la energía vital capaces de expresar nuestras esencias, junto con la síntesis de la diversidad cultural.
Las estaciones colman el tiempo del hombre con sentimientos disímiles en cualquier rincón del mundo. Tocan cuerdas sensibles en el interior, con una magia que va y viene cada tres meses. En este artista sucede algo parecido a la naturaleza, cual estaciones, aparecen —no en el apretado espacio trimestral— las diversas manifestaciones tocadas por su talento: dibujo, cerámica, grabado y pintura. Es que estamos ante uno de esos artistas que han reflejado en nuestra plástica el sentido lúdico de la sicología social del pueblo cubano, de manera muy original.
“Con la cabeza llena de pájaros, de sirenas, caracolas, peces, espejuelos o sombreros, es decir, con la cabeza llena de imágenes, este maestro que conversa a diario con sus cuadros, lienzos parleros que le cuentan como el tiempo anda en ellos, este pastor de signos… ama a la pintura cree en la legítima operación de exorcizar que representa el acto creativo”. (Rafael Acosta de Arriba).