A primera vista, cuando uno mira la obra del artista, aparece el color atrapándonos en ese tejido de formas y colores. Más tarde, al penetrar dentro de las variadas germinaciones que pueblan sus cuadros caminamos ya sobre tierra firme, por ese laberinto natural donde se revela el verdadero sentido del peculiar lenguaje, la esencia cubana y caribeña.
Ever Fonseca (Premio Nacional de Artes Plásticas 2012), a lo largo de los años, ha atrapado la personalidad de los seres que pueblan sus creaciones. Diríamos, es un “jigüe” pintor que, metamorfosea la vida, recuerda, vive y crea. Su obra es el itinerario del cubano, es una poética-diálogo entre hombre-vegetación.
El artista, en su obra (sobre cualquier superficie) nos cuenta anécdotas, percepciones y mitos conocidos en su ámbito de paisajes rurales. Allí, el espectador podrá entrar en contacto con uno de los pintores más auténticos de Cuba, porque su manera de hacer no es comparable con la de ningún otro, además de reconocer en esa obra un lenguaje de signos muy propios.
Ever Fonseca (Manzanillo, 1938) nació en un «caguayo» verde que flota en el Caribe, y siempre vivirá en él, porque sobre su piel corretea desde que sus ojos se abrieron al mundo. Allí conoció al Don Jigüe *, inseparable compañero de aventuras reales y pictóricas, y de su mano caminó por valles y montañas, bebió el agua de los ríos, tocó los colores del amanecer y las sombras de la noche. Todo ello salpicó su obra de una cubanía nata, de una sensibilidad especial que se acumula ahora en telas, cartulinas, maderas y barro.
De ahí que los trabajos de este creador -fundador y primer expediente en los cursos desde 1962 hasta 1967 de la Escuela Nacional de Artes (ENA), y profesor por más de 20 años en la enseñanza de las Artes plásticas- lleven los colores del campo, del cielo. » Mi obra está circunscrita en la Isla y es un trabajo vital donde el mar desempeña un papel fundamental aunque no esté presente en la obra», ha dicho el artista. En estas fábulas pictóricas aparecen animales muy diversos, una vegetación asombrosa, todo un concierto de visiones-sonoridades de árboles, pájaros, pequeños reptiles… que siluetean en la distancia el sol o la luna, dependiendo de la hora que se fije en la superficie.
Desde el punto de vista técnico, hay un énfasis en el empleo de la línea como elemento constructivo para expresar ideas, pues no hay en ninguna de sus composiciones un elemento discordante que conspire contra la percepción de formas-mensajes, y todas las figuras están resueltas mediante líneas vitales. Pero algo importante al mirar su obra es que a pesar de que el tiempo pasa, el desarrollo no ha podido eliminar de él ese toque «silvestre» de su personalidad y de sus creaciones.
En los inicios, hacia los 60 y 70 se observaban en sus trabajos líneas muy sensuales Ahora hay una paz, una sedimentación, un reposo, factores que corresponden a la madurez biológica, la experiencia acumulada. “Aunque en cuanto a la sensualidad, el amor, en esencia soy el mismo, sólo que me he transformado por fuera, por la piel”, comentó. Lo que caracteriza su obra es el sentido orgánico de un desarrollo que va al ritmo de los años: el tiempo de las vivencias.. Con ellas ha seducido a los espectadores – de Cuba y el mundo- a través de los años, y ha obtenido no pocos galardones.
*Jigüe («es un elemento de la imaginación que se da por la curiosidad-sensibilidad del individuo que transita por las noches el monte y ve mediante un clima que se propicia allí una aparición. Es un estado subjetivo sin forma definida, es mimético en el color y caleidoscópico en su transformación», dice Ever). En él tomó la forma de… pintor.