Es, sin dudas, una original arquitecta/pintora. Ella re-ordena su ciudad, La Habana, cual un rompecabezas, a su gusto y forma, con óleos y acrílicos sobre telas. En ellas, el espectador que esté de “visita” en su obra, podrá recorrer muchos sitios, emblemáticos o no, y descubrir, por ejemplo el Morro, la Universidad de La Habana, la Plaza de la Revolución, o una simple casita de cualquier barrio… sin mover sus ojos de esa cuadrícula, manzana o como quiera llamarle. Es un ancho lente desde donde puede alcanzar la hermosa capital de la Isla caribeña, vista desde su prisma artístico.
Les presento a… Mercy Rivadulla (La Habana, 1960). Quien desde sus obras trasmite la sensación de que quisiera abarcar, desde la arquitectura — ecléctica y colonial—, las riquezas culturales, hasta los personajes típicos que deambulan por La Habana, en ese espacio soñado donde respira todo aquello que ama y recuerda del lugar donde nació. Cada una de sus pinturas resulta como una aventura, una puerta abierta hacia el naciente del espíritu, un fragmento de cubanía. Es, en una palabra, un diminuto poema que convoca a un diálogo diferente del hombre con la naturaleza circundante. Para ello se vale, amén de una limpieza impecable, de un acertado gusto por el color, esa luz infinita —como la que nos alumbra cada día en esta zona del planeta—, un aliento ingenuo, humor criollo, y lirismo, “adjetivos” con los que podemos calificar el quehacer de esta creadora, graduada de arquitectura del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría (ISPJAE) hacia 1984.
De entre las formas y tonalidades que anidan en sus creaciones, usted podrá descubrir detalles de la ciudad en los que quizá nunca ha hecho hincapié. Ahí están las horas caminando por calles y barrios, siempre con la retina pronta a atrapar lo que otros no pueden ver, para traducirlos después en protagonistas de sus regalos pictóricos, esos que asoman en un rincón para nuestra sorpresa visual, totalmente restaurados. En su estudio, con una imaginación infinita va moldeando sus creaciones. Cual arquitecta agrupa los edificios de la ciudad a su manera. Como ladrillos de una construcción, toma fragmentos de un inmueble y los coloca en el lugar que ella considera debían respirar. De esa forma crecen sus edificaciones, más allá de estilos, materiales, épocas… Hay elementos coloniales, tejas, columnas, rascacielos, palacetes, casas comunes…, que transforman el rostro de cada construcción en sus manos. La artista no es un hada madrina, ni tiene una “varita mágica”. Con su imaginación, la cúpula del Capitolio, en sus trabajos pictóricos puede engalanar un edificio de La Habana Vieja, o unas columnas dóricas sostener una casa de… madera. Modernismo, art deco, lo colonial…, todo bulle en un mismo edificio. El eclecticismo es su brújula, porque en él cabe todo, es una mezcla surrealista, donde tampoco faltan los personajes más inimaginables, esos que deambulan la ciudad, y otros que trae, sin visas ni pasaportes, de otras latitudes para hacernos reír, pensar y divertirnos la vista y la mente.
Este juego a la ciudad… ¿soñada? transforma a La Habana en una ciudad Maravilla –que es-, y nos regala, en una sola imagen muchos rincones de nuestra capital. Todas sus obras son portadoras del cuño: “Hecho en Cuba”, porque si no llega a reconocer un detalle que la identifique en sus piezas, siempre encontrará algo “extraño”, fuera de serie, un colorido exuberante, voluptuosas mujeres, una situación increíble (lo real maravilloso de estas tierras) o un cielo perfectamente azul/radiante que delatará la nacionalidad. Tiene muchas “armas” para conquistar al espectador esta creadora que en el tiempo ha realizado un “bojeo” artístico por San Cristóbal de La Habana, ese espacio mágico, repleto de sorpresas.