Quizá este podría ser el gran secreto de su trabajo: una pintura ensimismada, silenciosa, casi susurrante, que conversa en voz baja, como si hablase para sí… Como un diálogo consigo mismo a media voz, pero afirmando realidades con las formas y el color, o más bien, mirando con ojos de poetisa a su alrededor y hasta más allá del tiempo.
En la obra de Ileana Mulet (Holguín, 1952) hay, evidentemente, grandes dosis de silencio. Todos participamos del silencio desprendido de los objetos y personas que emanan de sus paisajes citadinos. Un silencio que nos invita a la reflexión, a revivir el diálogo establecido previamente por la artista con los temas. Una conversación casi exclusivamente de miradas que evolucionan con el tiempo al enfocar una y otra vez nuestra ciudad: La Habana. Una mirada que sabe enriquecerse con lo que ve.
Bañadas siempre en una luz monocorde, sin estridencias, una luz que a veces no sabemos de dónde viene, pero que está presente en sus cuadros, las piezas de esta creadora alcanzan la mística de un mundo subterráneo y del correr del tiempo, así como esos objetos de la modernidad convertidos en fetiches de alto contenido poético y metafórico. Para “degustar” con aprovechamiento la pintura de Ileana Mulet hay que tener muy en cuenta el espacio. Y no solo el espacio, sino también la materia cuerpo, el signo, el sonido y el silencio que todos ellos producen, la memoria de la realidad que suscitan. Para que su destino entre en la pintura, organiza un espacio plástico con un código propio. Sin renunciar a la sensualidad y al éxtasis sensorial que está plasmado en su quehacer pictórico, la artista habla del tiempo detenido en las construcciones antiguas que su vista alcanza en los recorridos por la ciudad. Conventos, relojes, iglesias, casonas coloniales, constituyen fuentes eclécticas que se integran a sus concepciones formales, y donde emergen códigos llegados de juegos intertextuales, distribución de la luz en zonas focales que enfatizan la atmósfera singular de sus creaciones y esos efectos fantasmagóricos, que alcanza a través de una sabia aplicación del color y las texturas. Son paisajes personales, receptáculos de la luz que le permiten construir un espacio habitado por unas manchas de color, donde siempre aparecen de manera patente el juego del pincel, el gesto de la mano.
Esta dialéctica crea tensiones entre el abajo y el arriba; ascenso purificador, descenso materializado, entre diestra y siniestra, oposición, invasión, entre el óleo y el acrílico; lo natural, lo fabricado… En ella, la artista cubana descubre paisajes interiores, una poesía que vibra en sus venas y sale al exterior matizada con sus tonos.
Ileana Mulet cursó estudios de Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes de San Alejandro. Graduada en la especialidad de Diseño de Interiores para Turismo, Cafeterías y Restaurantes y en Diseño de Vestuario con especialidad para la Televisión Cubana. Actualmente escribe, preferentemente con el lenguaje de la poesía.