Nació en Pinar del Río en 1971; entre 1983 y 1996 cruzó por la Escuela de Arte de su ciudad natal, la Escuela Nacional de Arte (ENA) y el Instituto Superior de Arte (ISA).
Muchos podrían ser los calificativos que pueden añadirse a los trabajos del pintor Luis Enrique Camejo. Su creatividad, maestría y talento, siguen un proceso en ascenso en la extensa nómina de la plástica nuestra. La ciudad y el hombre, la fotografía, el tiempo, el diseño espacial, la imaginación, el paisaje, la lluvia o la neblina, y hasta la energía constituyen "ingredientes" que, reunidos, ofrecen la visión de la obra de uno de los más destacados y serios jóvenes artistas cubanos.
En el paseo por el paisaje (propio) del creador, el espectador podrá encontrar mil y una calles, esas que un día cruzaron por su camino o por la mente, de ahí ese movimiento entre figuración/abstracción también recurrente en su quehacer, donde se vislumbra un universo poético que redimensiona la realidad, al lograr crear una atmósfera, por momentos lírica, sobre las secretas relaciones del hombre y su entorno cotidiano. Es vida, teatro, realidad e irrealidad, porque lo observamos (el paisaje) a través de su prisma, como él quiere que lo veamos o cómo él mismo lo capta, impresionando nuestros sentidos. Sin magia, su pintura nos hace hasta sentir frío, humedad, calor… Él no va buscando lo que sucede, sino que está más relacionado con la fotografía. Es la sustitución del lugar: hay un antes y un después…
En las pinturas nos entrega su visión, las "siluetas" de ciudades, espacios y gentes que han pasado ante su vista por los distintos lugares del mundo por donde ha viajado, pero sobre todo, de La Habana nuestra. En ellas refleja, con esa manera suya de trabajar, el hoy reproducido en el constante ir y venir de la ciudad, y mucho más. Porque su obra se ve a través de un "lente" personal, con sus desenfoques incluidos que dialogan con el color, el cual, el creador suma de forma precisa, mesurada y orgánicamente. Los tonos comportan una gramática del espacio. La figura es constructiva pero en una ocasión tiene corporeidad tal que introduce como otra dimensión. Allí está integrada a la pintura. Y hasta podemos encontrarnos en el recorrido con algún sentimiento transparentado en las tonalidades que por momentos protagonizan las piezas. Es su manera de decir, sin palabras… Azules, morados, sepias, rojos, grises…, ya que ha sido una impronta dejada en su quehacer pictórico en cualquiera de las técnicas utilizadas sobre las disímiles superficies abordadas por él.
Son, al decir del crítico Antonio Eligio Tonel: «Ciudades donde la tempestad ha estallado o es inminente, bañadas por luces inciertas que esconden tanto como muestran, empapadas en diluvios grises y monótonos, cruzadas por vehículos graves y solemnes, con el porte intimidante de buques fantasmas».